martes, 23 de septiembre de 2008

Quichuas, una mirada

Comunidad Quichua Unión-Muyuna

Misahualli, Abril 2008. Tiene la piel morena y un pelo lacio, largo y negro que usa atado. Se mueve en absoluto silencio y con movimientos rápidos, se nota que sabe la demostración de memoria.

Se llama Gloria, pero lo dice tan bajo que tiene que repetirlo dos veces. Es una de las mujeres que habitan la comunidad indígena Unión-Muyuna, sobre el Río Napo, en la amazonía ecuatoriana. Gloria, al igual que el resto de las familias de esta comunidad –unas 60- es Quichua, una de las tribus más numerosas de la zona.

Llegamos hasta aquí como última parada de nuestro recorrido por la selva ecuatoriana para dar un vistazo a sus costumbres y ver preparar la “chicha” a base de yuca o mandioca molida y fermentada, principal fuente de alimentación de los indígenas de la región.

Son cerca de las tres de la tarde y el sol pega fuerte en este claro que se abre en el medio de la selva. Nadie nos recibe. El guía que nos acompaña -un Chamán, cuya edad es imposible de adivinar- saluda afectuosamente a unos adolescentes que charlan en el ingreso al lugar, nos presenta y hace un enorme silencio, esperando –supongo- algún tipo de intercambio “cultural”, que no se produce.

Ellos solo nos miran y nosotros después de saludar amablemente no sabemos que decir. Sonreímos mudos. Es uno de esos momentos donde uno teme decir una terrible taradez, entonces mejor quedarse callado.

El contingente de visitantes de hoy somos solo Christian, Olivia y yo y eso tal vez los desilusione porque no están vestidos para la ocasión con su típico traje, como los vi en los folletos del hotel. ¡Y cuanto me alegro por eso! Tener la oportunidad de estar un rato acá es genial, pero si no hay show montado. Y parece no haberlo, al menos por ahora.

Gloria nos espera en una especie de quincho gigante con paredes hechas de cañas sin piso ni comodidades. Ella es la encargada de preparar la chicha para nosotros. El guía explica, ella no dice palabra.

La chicha es básicamente mandioca molida y cocida que cuando todavía no fermentó tiene el aspecto de un yogurt. Según la tradición debe ser preparada solo por mujeres que escupen (si, escupen) la preparación varias veces y luego la dejan reposar. Con el paso de los días las bacterias de la saliva se fermentan y tornan la chicha en una bebida alcohólica.



La chicha sabe diferente según cada mujer y –lejos de lo que podría pensarse- el mayor problema viene del agua del río sin filtrar que se usa para la preparación y no de la saliva de la cocinera.

Beben hasta seis litros de chicha por día y por épocas es el único alimento al que pueden acceder. Está claro que eso no es tradición, eso es extrema pobreza.

La población Quichua de la zona es de aproximadamente cuarenta mil habitantes. Se alimentan de lo que cazan y lo que pescan, y parte de sus ingresos provienen de la venta de artesanías o de un subsidio de treinta dólares que el gobierno otorga a las mujeres jefas de familia numerosa. Con cinco hijos, Gloria es una de ellas.

Pagan la educación de los hijos gracias a la venta del oro que sacan de las costas del Napo. Saben que es una buena época, que el oro aumentó y se los suele ver trabajando con fervor en la orilla del río.

Lavado de oro. Las pepitas brillan en el fondo del recipiente.

Olivia se aburre de la demostración, se para, y me señala –entre las cañas- algo que se mueve en el pastizal que rodea el quincho, es una gallina. Pronto aparecen algunas más. Las sigo con la mirada y aprovecho el momento para espiar más allá.

Algunas casas tienen el techo de paja y otras de chapa, pero todas están elevadas, y me hace acordar a esas típicas casas del Tigre. Están distribuidas alrededor de un gran campo central, donde funcionan una cancha de voley, el quincho donde estamos ahora -que también se usa para los eventos de la comunidad- y una escuela de un solo aula. Ignoro si será por el calor, la hora del día o la época del año pero no veo a nadie.
Más tarde el guía me contará que cada comunidad tiene su escuela, que las clases se dictan en español y en Quichua o alguna otra lengua ancestral porque así lo dispone la Constitución del país: el Estado debe respetar y estimular la conservación y el uso del idioma indígena.

La deserción escolar es muy alta, el 30% de los alumnos no termina el sexto grado y solo 15% completa el nivel secundario. Entre otros motivos, me entero después, esto se debe a que los chicos encuentran que la educación pública disponible en sus comunidades es irrelevante y poco práctica para su vida de todos los días.

Al igual que en el resto de la amazonía la vida en estas comunidades es una combinación de modernidad y tradiciones centenarias. Usan televisión, radio y heladera pero todavía recurren al poder del chamanismo para tratar sus problemas de salud.

La chicha esta lista y gloria se me acerca. Puedo imaginarme lo que vendrá y no me animo a inventar una excusa para evitar probarla. No quiero despreciarla, tampoco quiero enfermarme.

Por suerte la vasija de barro es lo suficientemente grande como para esconder mi cara cuando me la llevo a la boca para hacer de cuenta que tomo. Parece una leche turbia y tiene aroma a coco, pero igual decido que no. Hago que trago y se la devuelvo con una mirada esquiva. No quiero que se de cuenta de que no la probé, aunque seguramente ya lo hizo. Le toca el turno a Christian y la escena se repite.

Fotos, aplausos, agradecimientos, saludos y despedida. Para cuando salimos del quincho, se corrió la bola y algunos chicos merodean la cancha de voley y nos miran de reojo. Hacen que juegan, murmuran entre ellos y se ríen. Todos están descalzos.

Para entrar o salir de la comunidad el paso obligado es el “Centro Artesanal Malta Kawsay”, una modesta choza con todo tipo de pulseras, collares y objetas hechas con productos naturales de la zona. Como salimos sin plata (porque la excursión fue por la selva “virgen”) solo podemos llevarnos un rallador de dos dólares hecho con un tronco de árbol típico del lugar.

De vuelta en la canoa y de regreso al hotel, la duda del sabor de la chicha me asedia. Olivia duerme y el guía esta canta. Christian no para de sacar fotos. Me acerco sigilosamente sobre su hombro. “Che, ¿vos probaste la chicha?”.

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