jueves, 30 de octubre de 2008

Ballenas a la vista

Puerto Madryn, Septiembre 2008. Son casi las seis de la tarde del último domingo de Septiembre y en la playa El Doradillo, a 15 kilómetros de Puerto Madryn, sólo quedan unos chicos jugando a la pelota.

Se nota que son lugareños porque de otra forma estarían petrificados frente a la orilla con la vista clavada en el mar, esperando. Es que éste es el único sitio de la costa continental desde el que se puede avistar de cerca y a simple vista la ballena franca austral. El secreto es venir cuando está la marea alta, un dato que en esta zona es tan fácil de conseguir como la hora o la temperatura.

Como espectador uno se va volviendo exigente a medida que pasan los días. El viernes a la tarde, a pocas horas de haber llegado, desde la ventana del hotel pudimos divisar un montículo negro en el medio del Golfo Nuevo que bordea Puerto Madryn y gritamos de emoción. Era comprensible, se trataba de la primera ballena a la vista. Al rato vimos más y mas tarde la escena se nos hizo familiar. Al cabo de unos días, ya no alcanza con ver sus aletas, uno pretende verlas saltar y por eso pasa horas contemplando el agua y probando su suerte.

En eso estamos, con el auto estacionado frente al mar, después de todo un día de viaje y navegación.

La ballena franca llega a las costas del Golfo Nuevo, en Chubut, para mediados de año y allí se queda hasta Diciembre. Es el lugar elegido para el apareamiento y la cría y es por eso que para esta época suele verse a las hembras siempre acompañadas de su ballenato.



Entre octubre y noviembre se da la mayor concentración de ejemplares en Península Valdés -de 350 a 400 ballenas- pero aún así se requiere de un toque de suerte para poder apreciarlas de cerca. Después de todo, son ellas quienes deciden si emergen sus cuarenta toneladas de cuerpo fuera del agua, muestran la cola o sólo largan ese enorme chorro en forma de v, acompañado de un soplido ruidoso que suena más a fastidio que a llamado de atención, y que a los turistas nos sirve para identificarlas a mucha distancia.

Para verlas de cerca hicimos el avistaje en barco que ofrecen en Puerto Pirámides. Tuvimos que navegar un rato hasta que el ojo experto del capitán (ayudado por un ecosonda, supongo) divisó una pareja. Apagamos el motor y esperamos en silencio.

El barco tenía capacidad para 50 personas pero éramos solo 20, así que cada uno pudo elegir un lugar donde agarrarse porque el viento soplaba con ganas y eso dificultaba la espera. Al rato se vio una aleta del lado derecho del barco, inmediatamente después un pedazo de cola, y luego nos volvimos a quedar solos. Ni los más experimentados fotógrafos tuvieron tiempo de intentar una foto.

“Tranquilos, es una hembra con su cría y nos están pasando por abajo”, dijo el capitán y el silencio se transformó en tensión. Fue un instante de zozobra. Sentí que nos observaban, madre e hijo, mientras decidían si salían a la superficie a mirarnos más de cerca. Y eso que éramos nosotros los que habíamos pagado para ver.

A los pocos minutos una de ellas asomó parte de su cabeza, llena de incrustaciones y con la piel lastimada de las picaduras de las gaviotas. Tuvimos suerte, Olivia y yo nos habíamos perdido la súbita aparición de la aleta y la cola del otro lado del barco, pero ahora estábamos en primera fila para apreciar la cabeza del ballenato. Le pregunté si lo había visto y me dijo que sí, aunque no estoy segura de que comprendiera claramente qué estábamos mirando.

“La mamá se alejó”, volvió a intervenir el capitán, que desde la cabina de comando tenía un panorama más amplio de los movimientos de los animales, gracias a la transparencia del agua.

Cauteloso, el ballenato surgía y se sumergía, giraba hacia un lado y al otro, sacaba parte de la cola y se volvía a esconder mientras nosotros hacíamos malabares por una foto.

Pero es inútil. Cuando ves aparecer a la ballena, enfocás y cuando disparás, ya se volvió a esconder. Entonces activás la función multi-disparo y la buscás mirando por el visor para no perder ni un segundo. Nada pasa. Te relajás. Aparece y disparás ya sin enfocar demasiado, con lo cual obtenes cinco fotos consecutivas de nada y en la ultima un pedazo de alguna parte del cuerpo de la ballena.

Discutíamos una nueva estrategia fotográfica cuando ocurrió algo maravilloso. La ballena madre, que se había alejado varios metros, inesperadamente dio un salto sacando prácticamente todo su cuerpo del agua para luego sumergirse de cabeza y terminar la destreza mostrando su cola, que escondió última y lenta. Todos gritamos.

Fue impactante ver semejante animal interrumpir de golpe y delicadamente la paz de la línea del horizonte para luego desaparecer como si nada hubiera pasado, sin levantar más que un poco de agua. Pero sobre todo fue emocionante para mí ver cómo la cara de Olivia, que había quedado en mi campo visual, se desdibujaba de sorpresa con sus ojos salidos y su boca abierta. Me abrazó aterrorizada y recién ahí tuve la certeza de que entonces había comprendido.

Ahora duerme en el asiento trasero del auto, mientras Christian y yo -cámara y binoculares en mano- intentamos sin demasiado éxito capturar uno de esos saltos que te paralizan sin que ni siquiera puedas enfocar.

1 comentario:

Pablo Tombesi dijo...

te pasaste....que lindo...un dia tambien ire con mi familia....

Pablo Tombesi