viernes, 8 de agosto de 2008

Descanso y relax cerca de las nubes


Termas de Papallacta, Abril 2008. Tenemos el mapa, la indicación de cómo llegar, la camioneta cargada, salimos de Quito temprano en dirección al este. Esta es la parte del viaje que no tenemos planificada, se nos ocurrió de golpe y allá vamos. El lugar elegido: las termas de Papallacta, un complejo natural de aguas medicinales emplazado en el medio de la montaña a 3300 metros de altura.

Termas de Papallacta es la puerta de entrada a la amazonía ecuatoriana (nuestro destino final) y según leí después es también uno de los secretos mejor guardados del Ecuador. Es lunes y es otoño, temporada alta para un complejo termal que ofrece piletas de 30 y 40 grados de temperatura, y a juzgar por la cantidad de gente yo diría que el secreto está guardadísimo.

El complejo tiene todas las comodidades y detalles de un resort cinco estrellas. La recepción, el restaurante, los salones de entretenimiento y las habitaciones más lujosas están en el edificio principal al ingreso del complejo. Un poco más alejado se encuentra el spa, cruzando el arroyo las cabañas y detrás –a cielo abierto- las cinco piletas.

Todo el complejo está rodeado por el marco de las montañas. Las piletas, que tienen varios desniveles y diferentes temperaturas, están decoradas con grandes piedras que sirven de solarium natural para los huéspedes, que achicharrados de su largo paso por el agua necesitan aire fresco –hace menos de 10 grados fuera del agua- y sol. Es la clásica imagen de una reserva natural de elefantes marinos echados, y yo encabezo la manada.

Las probamos todas: calientes, tibias, con burbujas, con azufre y otros componentes minerales. Elegimos una con vista privilegiada y ahí nos quedamos. Se oye el agua que corre por el arroyo que atraviesa el lugar y sirve de oasis para darse un chapuzón helado, después de cocinarse un rato a fuego lento.

Es media tarde y tenemos turno tomado para masajes. Lo veo a Christian alejarse enfundado en bata y campera camino al spa mientras y yo me quedo con Olivia, a quien trato de convencer de jugar a quedarnos quietitas con el agua hasta el cuello, los ojos cerraditos y en silencio. Pero no lo logro, y entonces acepto llevarla a nadar por toda la pileta con tal de no salir del agua.

Una hora después estamos las dos listas en la puerta del spa para el recambio. Adentro esta calentito, hay música instrumental suave y un aroma rico que invitan a la relajación.

Me recuesto un instante en la sala de descanso (fundamental paso entre el masaje y la vuelta a la realidad) y pienso en atrincherarme ahí con mi jugo de mora, para siempre. Pienso en una excusa para ganarme la vida sin salir. Me doy cuenta que la recepcionista tiene acento alemán e imagino que es una ex clienta que tras su masaje y su jugo de mora no pudo volver nunca más a su Europa natal, y con tal de quedarse ahora atiende el teléfono. Cambio de idea, me pongo bata, campera y gorro y voy en busca del resto de la familia.

Oscurece temprano y la temperatura se acerca a cero. El rocío forma una bruma que baja lento y se fusiona con el vapor que emanan las piletas. Caminamos en el medio de la nube.

Como cada cabaña tiene su propia pileta termal al aire libre, no aguanto la tentación de volverme a meter al agua, ahora ya de noche. El agua acaricia, el vapor envuelve. Nos quedan solo 4 días de vacaciones, pero Buenos Aires todavía está lejos.

2 comentarios:

Teatro en la ciudad dijo...

sentí olor a agua con azufre mientras leía. un placer, gracias
Laura

Julieta Valente dijo...

Misión cumplida entonces!!!!!!!. (Aunque creo que fue porque vos tenes mucha experiencia en termas y spa, jajaja). Justamente estoy preparando un relato contando nuestras experiencias en todos los spa que conocemos. beso.