viernes, 15 de agosto de 2008

A propósito de Georgia

El fin de semana pasado en un almuerzo familiar comentábamos algunas noticias de la semana hasta que –entre chorizo y morcilla- alguien trajo a colación el conflicto Rusia-Georgia. Pero, ¿dónde queda Georgia?, preguntó una tía. “Debajo de Rusia”, contesté sin dudar y no precisamente porque haya seguido el conflicto por los diarios o porque haya estado ahí, sino simplemente porque una vez conocí a unos georgianos poco amigables. La historia es graciosa solamente ahora, 9 años después y con los pies en la tierra.

Río de Janeiro, Marzo 1999. El vuelo de Swiss Air con rumbo a Zurich (Suiza) salió puntual de Ezeiza, y tres horas después hizo escala en Rio de Janeiro. Tras la espera de rigor los pasajeros retomamos nuestros asientos y unos minutos antes de despegar subieron tres hombres, altos, musculosos, rapados al mejor estilo militar, vestidos de negro que conversaban entre ellos en un idioma inentendible.

Dos se sentaron juntos en la fila del medio, delante de mi asiento, y el tercero se sentó a mi lado. Estaba rodeada.

Sabía que tenía por delante al menos 12 horas de vuelo así que a penas el avión despegó me tomé un dramamine para poder dormir sin interrupción hasta el aterrizaje. Mientras esperaba que el fármaco hiciera su máximo efecto miraba desde mi relajada nebulosa como servían la cena. El suave ruidito de los cubiertos, que todavía eran de metal, actuaba como un somnífero.

Los tres muchachos -en tanto- seguían con su conversación elevando el tono de voz, e intercalando entre palabras largos tragos de vodka. No se de donde habían salido las botellas (supongo que del free-shop), pero se tomaron dos (del pico) en menos de una hora.

Tan acalorada se puso entonces la discusión que algunos pasajeros empezamos a apostar por los motivos, como para disimular los nervios. Plata, mujeres, política, negocios. Nunca supimos. La conversación seguía subiendo de tono.
La azafata avanzaba lentamente con su carrito hacia nuestra fila cuando uno de los hombres se levantó e intentó tirarle un puñetazo al que estaba al lado mío. Su amigo logró contenerlo y los tres volvieron a sentarse ante la atenta mirada de los pasajeros y de la tripulación.

La situación entonces tomó otro color. Ya nadie apostaba y todos empezaban a preocuparse. Yo comencé a sentir un estado de somnolencia que no podía dominar pero lo último que quería era compartir mis sueños con semejante compañero de vuelo. Imposible cambiar de asiento, no sobraba un lugar.

Finalmente llegó la comida. Astuta la azafata les sirvió la bandeja y pidió que le entregaran las botellas de vodka….para entonces vacías. La calma duró tres minutos.
Una frase corta y contundente (con tono de insulto) dicha por mi compañero de asiento enfureció al amigo de la fila de adelante que no dudó un instante en revolearle su bandejita de fideos con salsa, con tanto ímpetu que terminó bañando a una pasajera de dos filas más atrás de la nuestra. La escena siguiente fue de pánico total.

La mujer gritaba enfurecida, el de la fila de adelante –que nunca registró el aterrizaje del plato- se abalanzó sobre mi compañero de asiento y el tercero trataba de separarlos. Los pasajeros se levantaron de sus asientos y empezaron a amontonarse en los pasillos, mientras la azafata corrió a buscar al comisario de abordo.

La tensión me mantenía despierta, pero había perdido reflejos así que me costó varios segundos salir del asiento del medio de la fila donde estaba para correr hacia el pasillo contrario y alejarme de la discusión. La mujer seguía gritando mientas se sacaba algunos espaguetis de la cabeza.

Rápidamente aparecieron el comisario de abordo, el capitán y varias azafatas a neutralizar la situación. La mujer completamente ensalzada fue trasladada a primera clase y los tres hombres separados de sus asientos. En un inglés riguroso el capitán les advirtió que ese era un vuelo internacional y se regía bajo las leyes de no se donde porque estábamos en el medio del océano para ese momento y les exigió calma y respecto a los demás pasajeros. Los interrogó brevemente y ahí nos enteramos que eran georgianos, pilotos de la fuera aérea. Una pinturita los chicos.

Todos de nuevo a sus asientos, y los más osados retomaron la cena, menos los georgianos que quedaron algo así como castigados. El tema de conversación se monopolizó: ¿Georgia es un país?, ¿Dónde esta? ¿Es parte de Rusia? ¿Serán terroristas?.

Mientras debatíamos, los amigos, ahora con varios asientos de distancia retomaron la disputa verbal, que rápidamente tomé temperatura y terminó cuando el de los fideos se levantó e intentó clavarle una especie de clip metálico a mi ex compañero de vuelo en la cabeza. Esta vez acertó y le lastimó la frente. La situación se desmadró.

Los pasajeros entramos en pánico. El capitán volvió enfurecido y les retuvo los pasaportes. Les secuestró una tercera botella de vodka vacía, que hasta ese momento nadie había visto, y les dijo que quedaban bajo arresto de no se quien. Los obligó a beber una botella de agua mineral a cada uno y dos minutos después anunció que nos disponíamos a hacer un aterrizaje de emergencia en Senegal (el aeropuerto más cercano) para bajar a los amigos de Georgia.

Rápidamente se apagaron todas las luces del avión y nunca supimos por qué pero a Senegal lo pasamos de largo.

Los georgianos se durmieron y los pasajeros no les quitábamos la mirada de encima. La escena era parecida a un dibujito animado del Pato Lucas y Bugs Bunny, cuando uno de ellos se duerme y el otro se acerca sigilosamente para observarlo sin despertarlo hasta que el que duerme hace un ronquido o un movimiento y entonces el otro se asusta y se aleja rápidamente.

“Lo que más bronca me da -decía uno de los pasajeros- es que estos ahora duermen como bebes y nosotros del cagazo no vamos a pegar un ojo en el resto del vuelo”. Y así fue.

Unas horas después, cuanto aterrizamos en Zurich, había un inmenso despliegue policial que los esperaba para arrestarlos como les había advertido el capitan. Ellos bajaron primero. Un rato después todos nosotros.

Cuando llegamos al control migratorio, los pudimos ver rozagantes y esposados, con cara de destino incierto, mientras nosotros cargábamos con nuestro equipaje, un cansancio brutal, el cuerpo entumecido de la tensión y todo el día por delante.

Vista aérea de Zurich (Suiza)

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