ISLA SANTA CRUZ, Abril 2008. Unas vacaciones en las Islas Galápagos no seían completas sin una visita a la Estación Científica Charles Darwin, donde uno puede ver y conocer distintas clases de tortugas terrestres desde que nacen hasta el famoso "Jorge Solitario", última tortuga de su especie, con mas de cien años de edad.
El lugar, inaugurado a mediados de los sesenta y ubicando a pocos minutos de Puerto Ayora en la Isla Santa Cruz, sorprende no solo por la variedad y la cantidad de tortugas en cautiverio sino además por la cercanía con que uno camina entre algunos especimenes.
Galápagos le debe su nombre a un tipo de tortuga gigante, cuyo caparazón se asemeja a una silla de montar, ligera y sin ningún resalto que los antiguos españoles llamaban galápago (palabra que proviene de galope).
En la actualidad se le llaman comúnmente galápagos a todos las tortugas gigantes de la isla, aunque de todos los tipos de caparazón expuestos en la Estación Charles Darwin, uno puede comprobar que la galápagos propiamente dicha es la tortuga más pequeña.
Uno puede encontrar allí “totugas hembas y totugas achos” (hembras y machos) como decía mi hija Olivia que con solo dos años emulaba a la guía naturalista que nos acompaño en el recorrido. Sin embargo es muy difícil distinguir a simple vista cual es cual hasta una avanzada edad del animal, cuando termina de formar su cola y su caparazón convexo en la parte inferior para facilitar la copula, ambas características propias únicamente de los machos.
Para ver tortugas terrestres (porque marinas pueden verse en las playas o mar adentro) en estado natural uno debe llegar hasta la llamada parte alta de la Isla Santa Cruz, donde una reserva privada alberga varios especimenes muchas veces difícil de encontrar. Se trata de calzarse las botas de goma y salir a caminar por los pastizales siempre guiados por un especialista que suele conocer los sitios favoritos de las tortugas según el momento del día que se visite.
Tras casi dos horas de caminata de un día caluroso y pegajoso de Abril logramos ver unas 6 tortugas que con una paz milenaria soportaron largas sesiones de fotos (sin flash) y preguntas del tipo: “¿si me acerco, muerden?”.
La que tanto no aguantó fue Olivia, que luego de un rato de estar a upa pidió bajar y cuando estuvo en el piso intento patear una, acción que con fortuna y disimulo -con mi marido- logramos evitar.
A pesar de su fastidio por la duración y la exigencia del paseo me doy cuenta que su experiencia con las Galápagos será inolvidable. El último fin de semana fuimos al Tigre y me pidió ver a través de los mismos binoculares que llevamos de vacaciones. Apenas se los llevó a los ojos miró y gritó: “Mama, totuga”. Vaya descubrimiento hubiera sido en pleno Delta.
El lugar, inaugurado a mediados de los sesenta y ubicando a pocos minutos de Puerto Ayora en la Isla Santa Cruz, sorprende no solo por la variedad y la cantidad de tortugas en cautiverio sino además por la cercanía con que uno camina entre algunos especimenes.
Galápagos le debe su nombre a un tipo de tortuga gigante, cuyo caparazón se asemeja a una silla de montar, ligera y sin ningún resalto que los antiguos españoles llamaban galápago (palabra que proviene de galope).
En la actualidad se le llaman comúnmente galápagos a todos las tortugas gigantes de la isla, aunque de todos los tipos de caparazón expuestos en la Estación Charles Darwin, uno puede comprobar que la galápagos propiamente dicha es la tortuga más pequeña.
Uno puede encontrar allí “totugas hembas y totugas achos” (hembras y machos) como decía mi hija Olivia que con solo dos años emulaba a la guía naturalista que nos acompaño en el recorrido. Sin embargo es muy difícil distinguir a simple vista cual es cual hasta una avanzada edad del animal, cuando termina de formar su cola y su caparazón convexo en la parte inferior para facilitar la copula, ambas características propias únicamente de los machos.
Para ver tortugas terrestres (porque marinas pueden verse en las playas o mar adentro) en estado natural uno debe llegar hasta la llamada parte alta de la Isla Santa Cruz, donde una reserva privada alberga varios especimenes muchas veces difícil de encontrar. Se trata de calzarse las botas de goma y salir a caminar por los pastizales siempre guiados por un especialista que suele conocer los sitios favoritos de las tortugas según el momento del día que se visite.
Tras casi dos horas de caminata de un día caluroso y pegajoso de Abril logramos ver unas 6 tortugas que con una paz milenaria soportaron largas sesiones de fotos (sin flash) y preguntas del tipo: “¿si me acerco, muerden?”.
La que tanto no aguantó fue Olivia, que luego de un rato de estar a upa pidió bajar y cuando estuvo en el piso intento patear una, acción que con fortuna y disimulo -con mi marido- logramos evitar.
A pesar de su fastidio por la duración y la exigencia del paseo me doy cuenta que su experiencia con las Galápagos será inolvidable. El último fin de semana fuimos al Tigre y me pidió ver a través de los mismos binoculares que llevamos de vacaciones. Apenas se los llevó a los ojos miró y gritó: “Mama, totuga”. Vaya descubrimiento hubiera sido en pleno Delta.
2 comentarios:
que lindo...lo leo y pienso que una tortuga camina por mi lado.....
Que bueno que el relato te haya transportado. Mision cumplida!
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