“Partida de nacimiento de la nena”, dice la empleada de la aerolínea cuando me acerco con los tres pasaportes para hacer el check-in del vuelo que nos llevará de Buenos Aires a Lima y de ahí a San José de Costa Rica.
No me sale la voz para decirle que no la tengo. No me sale la voz porque no puedo creer que no la hayamos traído. La empleada me mira, deja de buscarnos un asiento en el vuelo, y me repite pausadamente “partida de nacimiento o libreta de matrimonio, sino Olivia no puede salir del país”.
Organizar un casamiento a las cinco de la mañana en el hall del aeropuerto de Ezeiza no es una opción y dejar a Olivia, con solo 16 meses, abajo de nuestras vacaciones familiares, todavía, tampoco está en los planes. Así que la única alternativa es correr y eso hace Christian, en busca de un taxi que lo lleve de Ezeiza a Villa Urquiza ida y vuelta en 50 minutos.
“No corra, este es el último vuelo a Lima”, interviene otra vez la empleada cuando –sin mediar palabra- ve salir a Christian corriendo. Durante el viaje y -vía celular- habrá que arreglar algunos detalles: por ejemplo, dónde está guardado el bendito documento.
Necesito sentarme y me acomodo con las valijas, el cochecito y la mochila en un asiento que esta frente a un enorme reloj digital, de esos que marcan minutos y segundos, y desde donde además puedo ver la puerta de entrada al hall. Olivia está despierta, milagrosamente silenciosa, y me mira con unos ojos enormes.
La Fortuna, Marzo 2007. Caminar en la copa de los árboles, acariciar una rana roja, apreciar a simple vista una mariposa azul eléctrico del tamaño de un plato de postre, sentarse al pie de un volcán todavía activo para ver como la lava erupciona roja, brillante, furiosa en plena noche.
Todo eso es posible en Costa Rica, un país que tiene casi el 40% de la superficie total cubierta de bosques y selvas, que alberga 112 volcanes, de los cuales cinco aún registran actividad y que en cada rincón invita a disfrutar de la “pura vida”, el latiguillo usado por los lugareños para saludar, dar las gracias, o simplemente para decir que todo está bien, lleno de vida, alegre y con buenas vibras.
Nuestra primera parada es Volcán Arenal, en el pequeño pueblo de La Fortuna, a unos 150 kilómetros de San José. El Volcán se impone pero no es el único protagonista del lugar. Un bosque nuboso, una catarata que cae desde 70 metros en una pileta natural en medio de la selva, y las infaltables aguas termales, completan nuestro itinerario.
El viaje no fue largo, pero si muy intenso y el stress del aeropuerto todavía nos tiene alterados. Hace un calor pegajoso y llovizna, pero no estamos listos para quedarnos en el hotel y -por recomendación de una guía local- nos internamos en el bosque nuboso.
El recorrido se hace a través de puentes colgantes colocados a la altura de la copa de los árboles. La vegetación es tan densa que una vez adentro la lluvia no se siente, pero si hay un rocío persistente y una especia de neblina constante (de allí el nombre de “nuboso”). La humedad lo transforma en un clásico baño turco pero rodeado de helechos, musgo y orquídeas. Nada mal.
Olivia, que viaja en los hombros de Christian atrapada en una practica mochila porta bebe, tiene una visual privilegiada pero después de un rato se nota que prefiere gatear (todavía no camina sola) y por momentos se queja.
Entonces si el vértigo me lo permite entono algún clásico infantil algo remixado, porque la memoria no me da para tanto y todavía no tenemos el cancionero del jardín. Por supuesto no hay otros turistas a la vista, o eso espero.
Todos los hoteles de Arenal, ofrecen la “mejor vista al volcán” y sencillamente todos tienen al menos una buena, ya que la mayoría están distribuidos a su alrededor o en La Fortuna, a solo seis kilómetros. Su forma perfectamente cónica se puede apreciar desde todos lados, aunque dada su altura (1633 metros) la cima suele estar cubierta de nubes aún en un día bastante despejado.
Lo que si es posible ver fácilmente son las erupciones de lava, que de día se ven como el humo de un incendio que baja por la ladera de la montaña, y de noche, las vemos aparecer repentinamente como destellos rojos en el medio de la oscuridad. Es el final de un día largo y el principio de un viaje que casi termina antes de comenzar.
martes, 23 de diciembre de 2008
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